Aquella tarde de 1985

26 noviembre 2008 | Por Redacción | Categoria: 1ª División, Fútbol
Los jugadores del Celtic y el Atlético, antes del duelo de la Recopa del 2 de octubre de 1985. (MARCAMEDIA)

Aquel día las órdenes del Luis Aragonés más enérgico se escuchaban perfectamente. Ya no era el hombre que veías gesticular en la banda con cara de pocos amigos al que, en circunstancias normales, podías obviar sin más. Ese día parecía correr junto a ti. El eco de sus gritos, rebotando en las desamparadas gradas, no hacía más que recordarte que aquello no era un entrenamiento. El míster y Vilda se desgañitaban intentando que no perdiésemos la tensión. Y lo consiguieron a pesar de que a las dos de la tarde era hora de comer, no de jugar.

La UEFA había convertido Celtic Park en una habitación vacía. Más que un partido trascendental, el encuentro simulaba una feria veraniega con 140 personas salteadas por la tribuna. Casi podíamos haber ido a saludarlas una a una. Así que lo que para nosotros era extraño, para los jugadores escoceses se convirtió en algo determinante. Acostumbrados a jugar bajo un ruido ensordecedor, aquello debió parecerles un entierro privado. Casi 60.000 espectadores se vieron obligados a quedarse en casa. Los jugadores del Celtic de Glasgow salieron desnudos al campo.

Por eso, cuando en el minuto 39 conseguí conectar aquel golpeo con la pierna izquierda, no hubo gritos, ni aplausos, ni insultos. Un pase fallido a Da Silva, interceptado por un defensor, me colocó el balón un metro por detrás de la línea del área, escorado a la derecha. El primer estallido fue el que salió de mi garganta al comprobar que Patt Bonner no llegaría a alcanzar la parábola que marcó el balón a pesar de su estirada. Luego oí el clamor que provenía del banquillo hasta que todos formamos una piña para celebrar el gol que nos daba ventaja. ¡Ah! Y algún tímido grito aislado desde la grada: «¡Vamos Atleti!», al que, lógicamente, se podía haber puesto nombre y apellidos. Era uno de los pocos, y privilegiados, periodistas atléticos que cubrieron el partido.

Mal se nos había puesto la eliminatoria después del empate en el Calderón. El club aún se recuperaba de la etapa estridente y folclórica del doctor Cabeza. Hacía tan sólo unos meses que el Atlético había levantado su sexta Copa del Rey. La cordura de Don Vicente Calderón había puesto otra vez a la entidad en el buen camino. La continuidad del equipo en la competición suponía un desahogo económico y mantener su prestigio.

Hoy no habrá en el Calderón ni banderas, ni pancartas, ni cánticos. Es un buen día para escuchar y valorar las indicaciones del entrenador. Solo que Aguirre no es el Luis de aquella época. Aquel Sabio en estado de posesión, que nos inyectaba adrenalina en cada acción, en cada pase, en cada desmarque que no se hacía, que era capaz de llevarnos al límite, aquel hombre nos influyó mucho. Aquel Luis que se acostaba en mi cama cada noche y que no me dejaba dormir. Aquel Luis que me cambió y me llevó a jugar hasta casi los 38 años. Ahora el mexicano tendrá que ayudar a sus jugadores a superar los efectos del silencio. Estos podrán comprobar lo que siente un golfista a tres metros del hoyo o un tenista mientras se juega cualquier punto. Qué tristeza. Ni siquiera el minuto de silencio más solemne es igual.

Informa:deportebalear.com /fuente:.elmundo.es

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