De derrotas de antemano, árbitros y lo que ayer aconteció

30 noviembre 2010 | Por Redacción | Categoria: 1ª División, Fútbol

Cuando se produce un resultado como el de ayer en el Clásico, y se transmite además a la grada tal sensación de total y absoluta superioridad, es difícil definir dónde comienzan los méritos y los deméritos de un equipo y otro. Uno, que ha visto innumerables goleadas del Barcelona de Guardiola en los últimos años y que cree firmemente en las virtudes del trabajo bien hecho, tiende a pensar que lo de ayer fue más el resultado de las excelencias culés que de los deméritos blancos. Y así le gustaría dejarlo patente.

También lo pensaba la semana pasada, por cierto, cuando el bueno de Juanma Lillo fue despedido luego de que su equipo encajara ocho goles ante la máquina blaugrana. Entonces, sin embargo, no fueron pocos –Eduardo Inda entre ellos- los que acusaron al equipo andaluz de regalar el partido. Una cantinela, que lleva arrastrándose demasiado tiempo y a la que se abonó también en su momento el entrenador madridista. Así que, con ánimo de que ese interesante debate no decaiga, quiero relanzar esa cuestión y preguntar hoy si lo de ayer es una prueba más de que los rivales de los culés regalan los partidos.

Claro que también cabe pensar que en realidad ni unos ni otros tuvieron nada que ver en lo que sucedió sobre el terreno de juego, porque el fútbol no es cosa de dos sino de tres: es el trío arbitral quien decide y manda.

Mi buen amigo Malaguti me lo advirtió ayer mismo: no hay nada que ver, el resultado está ya decidido. Así lo habían suscrito tantos y tantos otros durante los últimos días. Y da igual si la realidad es la que es. Todo se puede forzar, como demuestran Marca y AS para terminar poniendo parches en los ojos de quienes no quieren ver. Como dice el castizo dicho: que por arriba que por abajo, siempre tiene un pero la sopa de ajo.

Allá ellos. De eso ya escribí en su momento, y nada ha cambiado. Así que me voy a permitir el feo gesto de citarme a mí mismo, cuando me preguntaba hace más de un año “qué profunda vergüenza pasarían los articulistas de turno de AS o Marca leyéndose a sí mismos dentro de unos años, cuando el equipo de Guardiola solo sea ya un recuerdo, una brillante página en la historia, y vieran cómo sus crónicas día sí día también se excusaban falsamente en los árbitros para desacreditar a este equipo, si realmente tuvieran dos dedos de frente o un mínimo sentido de deontología profesional”.

Dejando de lado estas tonterías, y en cuanto a lo importante, la conclusión del partido de ayer en lo referente a los culés es clara: el Barça sigue gozando de una enorme salud. Y esto es digno de aplauso. Yo soy de los que aposté en privado que este año sería el del principio del fin de la magnífica época vivida con Guardiola. Mi argumento se basaba en la escasa amplitud de la plantilla, la veteranía de algunas piezas clave y en que en el plantel hay demasiados jugadores que este verano han tocado el cielo con sus dedos. Sin embargo, me alegro de haber estado equivocado. Es digna de admiración la capacidad de este equipo por seguir marcándose retos. Cabe pensar que, en este sentido, al Barcelona le ha venido fantásticamente el fichaje de Mourinho por el Real Madrid.

Hoy es día, pues, de aplaudir sin ambages al FC Barcelona. Aplaudamos, pues, a un Messi colosal, que como bien afirma Ramón Flores, es capaz de ser Romario, Xavi y Laudrup en diferentes momentos de un mismo partido-; a un Xavi espectacular, que baila tango en el centro del campo y con él bailan los rivales; a un Iniesta fundamental al que se le van a quedar cortos los aplausos de todos los campos de España; a un Busquets que cada día es más imprescindible en el once; a una defensa que estuvo atenta a cada lance; a un Villa de quien nadie ya debe dudar; a un Alves que supo sacrificar sus ansias de área ajena por el grupo… e incluso a un Abidal que se demuestra, cada partido, como uno de los mejores laterales izquierdos del mundo y al que sospecho que solo se le reconocerá su verdadera dimensión en este equipo, cuando ya no esté. Por supuesto también a Guardiola, cuya leyenda crece a un ritmo solo igualado por la sombra de la inquina que tanto mediocre demuestra en sus columnas de prensa cada vez que le nombran (lo de las guardioladas del Marca de hoy es digno de estudio psicológico).

En cuanto al Real Madrid, la derrota de ayer es dolorosísima. Aún justa por lo visto sobre el césped, se antoja un castigo excesivo, probablemente, para lo demostrado hasta el momento en la temporada. Creo firmemente que este equipo se levantará de lo de ayer y venderá cara, carísima, cada una de las competiciones que disputa. Sin embargo, una de las claves del 5-0 ha de hacer pensar a los aficionados blancos: uno cree que ayer el Real Madrid llegó al Nou Camp con una imagen sobredimensionada de sí mismo. Las posibilidades de los blancos en feudo rival pasaban por ponerse el mono de trabajo, ser uno sólo en el esfuerzo y practicar una presión voraz sobre cada gesto del rival. Y nada de eso se vio. Fue un equipo apagado, timorato, lento y desconcertado. Parecía como si estuvieran esperando que el Barcelona resbalase solo, como si creyeran que el rival perdería el partido por sus propios deméritos y hubieran comprobado en el primer minuto que no iba a ser así, y se hubieran rendido en consecuencia.

Está por ver si el varapalo de ayer afecta a nivel psicológico a este Real Madrid de Mou, que hasta ahora pasaba por ser un equipo mentalmente sólido. También está por ver cómo se despeja la incógnita de los grandes partidos en Europa. El próximo gran rival se convertirá en una final, en la medida en que prensa y público enfocarán ese partido como la prueba del algodón de si este Madrid solo vence a equipos “menores”, como se decía que le sucedía al de Pellegrini.

En ese sentido, cabe recordar a nuestros amigos del Real Madrid que lo bueno que tiene la Liga –aunque a Mou esto no le gusta, según dice- es que se puede ganar habiendo perdido los enfrentamientos directos ante tu gran rival. Aunque algún culé matizará que la Historia, sin embargo, no.

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