Casillas: un mito en cinco finales

21 abril 2011 | Por Redacción | Categoria: 1ª División, Fútbol
Iker

Iker Casillas (Móstoles, 20 de mayo de 1981) se ha instalado en nuestras vidas, en el imaginario colectivo futbolístico, como lo hacen los mitos que perduran. De generación en generación, filtrándose por cada capa permeable, haciéndose habitual cualquiera que sea el paisaje. Cuando su equipo es un desastre y debe intervenir doscientas veces en un partido, Casillas. Cuando su equipo se encastilla y toca un balón cada media hora, Casillas. Cuando era un adolescente sin tembleque, con algo similar a un trapo revuelto a modo de peinado; o cuando se mira ahora las cicatrices sereno, con las entradas amenazando en su cabeza. Sin brazalete, o capitán. Con Del Bosque, con Luis, con Mourinho. Casillas es el portero. Campeón, hoy repasamos aquí sus cinco finales fetiche. Cinco batallas de estadística brutal. Dos de Champions (2000 y 2002), una de Eurocopa (2008), una de Mundial (2010) y la de anoche, en Mestalla, de Copa (2011). Cinco títulos, cero goles encajados. Sencillamente legendario. Eterno.

Real Madrid – Valencia. El 24 de mayo del 2000, el Real Madrid ganó su octava Copa de Europa. Fue la primera de Del Bosque, con aquel Madrid con tres centrales, cinco defensas. Helguera de libre, Iván Campo y Karanka de marcadores, Roberto Carlos y Míchel Salgado de carrileros. Redondo clavando el ancla, y escoltando el enjambre ofensivo de McManaman, Raúl, Morientes y Anelka. Una especie de caos inducido que funcionaba, en equilibrio imposible. Iker apenas tuvo trabajo en Paris pero entendió su rol a la perfección. Donde no se le exigió, se conformó con no equivocarse. No es poco eso, fue muchísimo. Lo sería para cualquiera, más todavía para quien cuatro días atrás, en la tensa y feliz espera, había cumplido 19 años.

Real Madrid – Bayer Leverkusen. Dos años más tarde, sin embargo, Casillas llegó a la final de Glasgow descarrilado. César Sánchez le había birlado la titularidad. Frente al Bayer Leverkusen marcó Raúl, nada más comenzar, y empató, enseguida, Lucio. Cuando Zidane cazó aquella volea imperial y la clavó en la escuadra, Iker saltó desde el banquillo para el festejo. Nadie sospechaba aún cuán importante sería. César se lesionó en el segundo tiempo, también Makelele después, y el Madrid se aculó en su área en unos siete minutos de descuento de quejidos y lamentos. En la adversidad, en el brete más peliagudo, tres días antes de cumplir los 21, Casillas bajó la persiana a su portería. Con los pies, con las manos, con lo que fuera. Con ese “con lo que sea” tan suyo que no se aprende en ninguna escuela, ese intangible que de tanto repetirse ya no puede llamarse suerte. Por irracional, y por descarte, será talento. O algo parecido.

España – Alemania. España tenía clavada una estaca que la partía en dos en los momentos trascendentales. En la Eurocopa de 2008, Casillas vivió una plácida final, pocos sustos, menos paradas. El mérito lo había labrado antes, en la tanda de penalties contra Italia que tantos fantasmas mató y tantas barreras destrozó. A nivel personal, en el vuelco de hegemonías con otro grande, Gianluigi Buffon; y a nivel colectivo, borrando esa fatalidad que penaba tatuada en el destino de La Selección. Desde que se coronó esa cumbre todo transcurre con la inercia a favor, un agradable descenso hasta la meta, en el dejarse llevar, la brisa, los veranos, y las sonrisas que nunca terminan.

España – Holanda. Al Mundial de 2010 llegaba Casillas envuelto por una extraña incertidumbre. Lejos de su mejor pico de forma, pisó Sudáfrica cuando sólo se le veían las costuras. Los balones que debería blocar y no bloca, el titubeo con el juego de pies… Esas cosas. Las dudas, sobre todo, el zumbido molesto y a menudo interesado. Por fortuna, su Mundial dio un vuelco en cuartos. Piqué cometió una torpeza en forma de penalti, ante Paraguay, e Iker se puso la capa y se tiró a su izquierda. Atrapó el chutazo de Cardozo y recobró el don. Iluminado, en la final contra Holanda firmó una parada de época. Avanzado el partido, Sneijder alargó un pase a la carrera de Robben, que se plantó frente al portero. Pero qué portero. Aguantó de pie reclamando lucidez ajena. Robben inquirió. Casillas replicó. Volcado, estiró el pie para enviar a córner. Indemne, como quien sobrevive a un tiroteo, se levantó y volvió a su sitio. Fácil. Milagro cotidiano.

Real Madrid – Barcelona. Anoche, en Mestalla. Lo recordarán. Está fresco. El Madrid, excitadísimo, había acogotado al Barça en un primer tiempo que se cerró, sin embargo, en empate sin goles. Tras el descanso, el Barcelona subió de revoluciones y empujó el partido, a base de agujas enhebradas con tiento, al área madridista. En el remate, se topó con Casillas. Lo hizo Messi con un chut raudo, visto y no visto, que escupió abajo, veloz, el portero. Lo hizo Pedro con una rosca parabólica que descolgó arriba, de un guantazo, ese mismo portero. Y lo hizo Iniesta con un disparo de zurda mordido, envenenado en el bote y en el crujir de caderas, a contrapié, que desvió en una de las paradas de la vida, de forma bella, plástica e inverosímil, sí, el portero. El del Madrid, el de la Selección, el más decisivo de la última década. El coleccionista de paradas, desafíos, títulos y récords. Fabuloso. Casillas.

foto: realmadrid.com

diariosdefutbol



Recuerda si eres entrenador, jugador, directivo de un club o de una federación, o estás relacionado de alguna forma con este maravilloso deporte y te gusta escribir y compartir las novedades y noticias de vuestra actividad deportiva, aquí puedes hacerlo gratuitamente y llegar a toda la comunidad.
deportebalear@gmail.com